Giordano Bruno
15/11/2013
Giordano Bruno
15/11/2013
Año:
2009
Editorial:
Siruela
Publicado en:
Madrid
Cuando en el año 2009 ve la luz el trabajo de traducción de Jordi Raventós volcando al español la obra De umbris idearum, para los que no dominamos el latín se abrió la posibilidad de examinar de primera mano una de las más citadas obras de uno de los más citados autores que en el siglo XVI destacaron por su dominio del arte de la memoria: Giordano Bruno.
Personaje recurrente que siempre aparece al echar la vista atrás, me acerco a su obra con la curiosidad de ver qué es lo que realmente dice, sin el auxilio de más intermediarios que el intérprete.
Pero pronto se hace evidente que para leer este texto hace falta mucho más que curiosidad, pues haciendo honor al halo de hermetismo que rodea la figura del autor, este libro está en las antípodas de lo que podríamos considerar un claro manual de mnemotecnia: cada frase es un enigma, cada párrafo un suplicio, y tras pocas páginas de lectura frustrada —por incomprensible— uno siente el irrefrenable impulso de cerrar el libro para siempre (induce más interés por el arte de olvidar que por el de recordar).
Si a pesar de todo seguimos adelante, tan sólo el lector que sepa lo que está buscando podrá sacar algún provecho de esta obra.
A quien me pregunte le diré que sí, he llegado con la lectura hasta el final, pero también debo confesar que, como suele decirse, tan sólo me he enterado de la misa la mitad (o probablemente menos, bastante menos). El hecho de conocer algunas obras clásicas sobre el arte de la memoria, tanto anteriores como contemporáneas a la época de Bruno, me ha permitido trazar algunos paralelismos e interpretar ciertas ideas dentro del entorno mnemotécnico, pero de no ser así habría llegado a la última página tan ignorante como empecé la primera.
Y eso que el inicio es prometedor, pues arranca con un divertido diálogo donde Bruno, adoptando el personaje de Filotimo, defiende el arte frente a las críticas habituales de que era objeto en la época. Pero pronto el texto adquiere un cariz más oscuro y enigmático, cuando se abordan las treinta intenciones de las sombras y a continuación los treinta conceptos de las ideas; aquí nos sentimos como en la piel del arqueólogo que trata de descifrar unos jeroglíficos egipcios nunca vistos.
No es sino hasta mediado el libro, en la segunda parte de «Arte de la memoria de Giordano Bruno», cuando aparece algún concepto más familiar, como el clásico tema de los lugares e imágenes (a los que Bruno llama sujetos y adjetivos). Pero lo verdaderamente interesante llega con la «Primera praxis», donde tropezamos con las famosas ruedas de inspiración luliana: con ellas describe lo que hoy identificamos como el sistema PAO (Persona, Acción, Objeto). Si tenemos en cuenta que el sistema PAO es lo más novedoso de la mnemotecnia actual —es ahora, en el siglo XXI, cuando empieza a conocerse— podremos percatarnos de lo avanzadas que fueron las ideas de Bruno.
Para nuestro autor, el arte era mucho más que unas simples técnicas de memorización, era un medio para alcanzar conocimientos insospechados. Para entender su obra hace falta, como decía al principio, mucho más que cierta curiosidad; hay que estar versados en la época y el pensamiento de Bruno. Además, como señala él mismo, no escribía para el populacho, sino tan sólo para unos pocos privilegiados en condición de entenderle. Quien quiera acceder, pues, a su sabiduría, ha de estar dispuesto a recorrer lo que se me antoja un largo camino.
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