Un texto de Diogo de Alcântara
CATEGORÍA: Historia
ETIQUETAS: memoristas Pedro de Rávena
1 comentarios 3/10/2007
Artículo original publicado en http://psicolagem.blogspot.com
(traducido al español con permiso del autor)
En siglos pasados cultivar una buena memoria era algo socialmente indispensable. Eso llevó al hombre a desarrollar diversos tratados sobre diferentes metodologías que buscaban describir y perfeccionar la memoria. De entre estas metodologías utilizadas para perfeccionar la memoria, existían técnicas diferenciadas entre naturales y artificiales; y entre las artificiales existían dos de estas técnicas, o metodologías, que eran las más conocidas: la utilización de determinadas drogas, y el arte de la memoria.
La utilización de determinadas drogas para la ampliación de la memoria siempre fue criticada. El filósofo Raimundo Lúlio, por ejemplo, que fue uno de los grandes maestros en hablar sobre la memoria, decía que le parecía extremadamente peligroso esta utilización de drogas para estimular la memoria, pues esto insultaba el cuerpo humano, era capaz de secar el cerebro, capaz de llevar la persona a la locura, y que también desagradaba a Dios.
La otra forma artificial de perfeccionar la memoria era conocida como “ars memoriae” -el arte de la memoria. La invención del arte de la memoria se atribuye a los griegos. No obstante, se supone que debe haber existido algo semejante también en Egipto, en China y en la India. En el mundo occidental este arte poseyó una enorme repercusión en la era medieval, llegando casi a desaparecer en el renacimiento.
Pedro de Rávena fue otro de los grandes maestros que discutió y profundizó en los conceptos de este arte de la memoria. Y sobre la vida de este célebre autor trataremos en el desarrollo de este artículo.
PEDRO DE RÁVENA Y EL ARTE DE LA MEMORIA
Pedro con apenas 20 años, había demostrado frente a su maestro de jurisprudencia de la universidad de Pávia, Alessandro Tartagni, ser capaz de recitar de memoria “totum codicem iuris civiles” (el código civil completo), el texto y hasta el mismo número de páginas, y de repetir palabra por palabra las propias lecciones de Alessandro. Años más tarde, en Pádua, había impresionado al colegio de canónigos regulares al recitar de memoria algunas predicaciones que había escuchado una sola vez. Así fue que Pedro de Rávena inició su notable carrera, llegando a convertirse en uno de los más conocidos memoristas de la historia.
Pedro de Rávena fue profesor de derecho en Bolonia, Ferrar, Pávia, Pístola y Pádua. Contribuyó sin duda alguna a difundir el interés por el “ars memoriae” en toda Italia. La notoriedad de este personaje tendrá notables consecuencias. En 1491 publica por primera vez su tratado de memoria artificial: Phoenix, obra que tendrá grandísima resonancia, y que influirá en las obras de futuros grandes autores, como por ejemplo, Giordano Bruno. La difusión de su escrito, publicado por primera vez en Venecia, reeditado después en Viena, Vicenza y Colonia, traducido al inglés (alrededor de mediado el siglo XVI) de una edición anterior en francés, basta por si mismo para demostrar el interés que demostraba la memoria artificial en los ambientes no solo italianos de finales del siglo XVI y la primera década del XVII. Pedro de Rávena ejercerá una amplísima influencia en la posterior producción mnemotécnica, una vez que todos los maestros italianos y alemanes de los siglos XVI y XVII se referirán a él como a un excelso maestro en este arte.
La pequeña obra de Rávena se construye de acuerdo con los conocidos esquemas de la tradición ciceroniana. Esta tradición del arte de la memoria tenía como uno de sus libros básicos y fundamentales la obra “Rhetorica ad Herennium”. No obstante, conviene señalar que la autoría de esta obra es atribuída a Cicerón, pero su verdadero autor es en realidad desconocido. El arte de la memoria consistía básicamente en fijar en la imaginación un entorno compuesto de una serie de lugares, para que posteriormente se pudiera distribuir por todos esos lugares diversas imágenes referentes a todo aquello que se fuese leyendo o escuchando. Después, bastaría repasar mentalmente aquellos lugares en orden, a fin de recuperar el recuerdo de las cosas que en ellos fueron colocadas. Por fin, quedaría “decodificar” las imágenes, transformarlas nuevamente en palabras o sonidos.
El arte de la memoria era en realidad una especie de escritura mental, en que esos entornos poseían la misma utilidad que una hoja de papel, y los demás lugares presentes en este entorno: sillones, estatuas, puertas, muebles, etc. eran como si fueran las cuadrículas de esta hoja, en las cuales las imágenes posteriormente añadidas corresponderían a letras, palabras o frases.
Para poder aprovechar esta técnica era necesario primeramente definir o preparar estos entornos, los cuales podrían ser reales -algún lugar que la persona hubiese visitado y que recordara detalladamente de memoria- o sino, simplemente inventados. Y en cuanto a esto Pedro de Rávena afirmaba que podía disponer de más de 100.000 lugares (o entornos), los cuales había construido para dar cuenta de cualquier conocimiento referente al derecho y las sagradas escrituras. Decía que toda vez que visitaba una nueva ciudad no dejaba de construir nuevos lugares para su memoria.
Y en cuanto a esto, en lo que dice respecto a las reglas que se refieren a la búsqueda de lugares, Pedro pone su atención en la función que ejercen las imágenes, las cuales, según sus recomendaciones, para ser verdaderamente eficaces deben ser verdaderamente “excitantes” para la imaginación:
“Normalmente coloco en los lugares jóvenes hermosísimas las cuales excitan mucho mi memoria… Y créanme: si me sirvo de jóvenes bellísimas como imágenes, me ocurre que repito esos conceptos que había fijado en la memoria con mayor facilidad y regularidad. Te revelaré ahora un secreto muy útil para la memoria artificial, un secreto que por pudor me callé durante mucho tiempo. Si deseas recordar rápido, coloca vírgenes bellísimas en los lugares; de hecho, la memoria se excita de forma maravillosa con la utilización de las jóvenes… Esta regla no funcionará para aquellos que odian y desprecian las mujeres, los cuales tendrán mayor dificultad en obtener frutos de este arte. Perdónenme los hombres castos y religiosos; tenía la obligación de no callar una regla que me tiene concedidos elogios y prestigio en este arte, además de que, también deseo con todas mis fuerzas dejar excelentes sucesores…”.
Una característica propia de este personaje será su empeño en lo referente a su auto propaganda, su deseo manifiesto de despertar admiración en el ánimo de sus lectores. En varias ocasiones, no deja de hablar sobre su prodigiosa habilidad:
“La universidad de Pádua es mi testimonio: todos los días yo sin necesidad de ningún libro enseño mis lecciones de derecho canónigo, exactamente como si las tuviera frente a mis ojos; recuerdo de memoria el texto y las páginas y no omito ni la más insignificante sílaba… Tengo puestos 20.000 pasajes de derecho canónigo y civil en 19 letras del alfabeto, y, en el mismo orden, también 7.000 pasajes de libros sagrados, 1.000 poesías de Ovidio… 200 sentencias de Cicerón, 300 dichos de filósofos, la mayor parte de la obra de Valerio Máximo”.
En el prólogo de su libro Phoenix, podemos encontrar diversos relatos de Pedro de Rávena sobre algunos episodios de su vida:
“Enseñé en Bolonia, Pavía y Ferrara, y mis oyentes han aprendido muchas cosas sobre memoria, y aunque mi memoria artificial esté comprobada por la autoridad de otros, no creo pecar si en este libro se leen hechos míos que lo prueben admirablemente. Cuando era yo estudiante de derecho, que aún no tenía cumplidos veinte años, dije en la universidad de Pádua que podía recitar todo el Código Civil, pedí que me propusieran leyes a capricho de los asistentes, y propuestas me fueran hechas, les dije los sumarios de Bártolo, les recité ciertas palabras del texto, les expuse el caso, las observaciones de los doctores las fui examinando, les dije cuantas páginas tenía aquella ley y les recordé sobre qué palabras versaban, los recité de forma contraria y los resolví. Los presentes parecían haber visto un milagro; Alessandro de Imola quedó pasmado por largo rato, ni es fábula lo que cuento, que hablaba yo en público en la universidad de Pádua, y si lo dicho de dos o tres testigos confirma un acierto, tres tengo yo de estas cosas, a saber, al magnífico señor Juan Francisco Pasqualino, senador veneciano y doctor excelentísimo en ambos derechos, y ahora letrado ante el ilustrísimo duque de Milán; al clarísimo doctor Segismundo de Capi, noble ciudadano de Pádua, cuyo abogado era el mencionado Francisco, de agudísimo talento; al respetable señor Monaldino de Monaldini, residente en Venecia, varón en quien habita toda virtud.
Las copiosísimas lecciones que nos daba en Pádua Alessandro de Imola, las retenía yo en la memoria, y se las ponía por escrito, palabra por palabra, así que las acababa, con gran copia de oyentes a quien también las recitaba desde el principio, y a veces en su escuela, oída la lección, la ponía yo en verso, parte por parte, y en seguida las recitaba, y se pasmaban quienes esto veían; de esto pongo por testimonio al ilustre caballero, doctor don Segismundo de Capi de Lista, y al hijo de Alessandro de Imola, actualmente celebérrimo jurista.
Al religosísimo fray Miguel, de Milán, que a la maduración predicaba en Pádua, le repetí de corrido y prontamente las ciento cuarenta y cinco autoridades que acababan de abordar en prueba de inmortalidad del alma, y él, abrazándome, me dijo: vive largos años, joya única, que ojalá te viese entregarte a la religión. Testimonio fue toda la ciudad de Pádua, pero yo pongo por tal al magnífico señor Juan Francisco Pasqualino y a don Segismundo de Capi y a don Monaldino de Monaldini. Ya formado doctor en la universidad de Pádua, en la cátedra pedí que alguno de los oyentes me diese el volumen que quisiese de uno dos tres del Digesto y escogiera el lugar sobre el que yo debería disertar, pues les tenía dicho que sobre cualquier pasaje que se me propusiera alegaría yo innumerables leyes. Testigos el clarísimo doctor en ambos derechos don Gaspar Arsato, que enseña en Pádua derecho canónigo y el doctorísimo don Próspero de Cremona, residente en Pádua […]
Jugaba yo en una ocasión al ajedrez y conforme se movían las piezas alguien iba anotando todas las jugadas, mientras dictaba yo al mismo tiempo dos cartas sobre temas que se me habían dado. Cuando terminamos, les dije todos los movimientos que se habían hecho en la partida y, palabra por palabra, aquellas dos cartas, cuatro series de cosas, pues, simultáneas. Son mis testigos don Pedro de Montagnano y Francisco Nevolino, nobles ciudadanos de Pádua.
Estando en Placencia, entré a ver el monasterio de los monjes negros, y paseando en compañía de un monje, observé dos veces los nombres de los monjes escritos en las puertas de las celdas; y al verlos después a ellos congregados lo hice llamando a todos por su nombre, aunque no pudiese señalar a ninguno de los nombrados. Se admiraron los monjes de que un forastero supiera todos sus nombres, y no saliendo ellos de su asombro, les dije: - Esto puede mi memoria artificial. Uno de ellos replicó: - Luego este es Pedro de Rávena, puesto que ningún otro habría podido hacerlo.
En el capítulo general de los canónigos regulares de Pádua, repetí el sermón de Adeodato Vincentini, delante de él mismo, siguiendo el orden con el que él lo había pronunciado. Alguna vez me atrajo la imagen de Cassandra, excelentísima doncella veneciana, y en una ocasión que leyó ante mi algunas cartas que a la serenísima esposa del rey Fernando le había mandado, las memoricé y se las recité; testigo de esto es la misma doctísima doncella; don Pablo Raimusio, excelente doctor de Rímini y el ilustre señor Angel Salernitano. De mi memoria artificial es testigo el ilustrísimo marqués Bonifacio y su bellísima esposa, que me hizo una enorme cortesía; testígo es el ilustrísimo duque Hércules y su ilustrísima esposa Leonor; testigo toda Ferrara, pues que recité dos sermones del celebérrimo predicador de la palabra de Dios, Mariano el ermitaño, oyendo los cuales quedó pasmado el docto maestro y dijo:
“Ilustrísima duquesa, esto es obra divina y milagrosa”; testigo es la Universidad de Pádua, pues todos los días doy mis lecciones de derecho canónigo, siempre sin libro, como si lo tuviese ante los ojos, pronunciando texto y páginas de corrido sin omitir una sílaba, por lo que parece. Grabé en mi memoria, colocados en diecinueve letras del alfabeto, veinte mil lugares de alegatos de ambos derechos, en igual orden, siete mil de los Sagrados Libros, mil versos de Ovidio, que encierran las cosas que sabiamente dijo, doscientas autoridades de Cicerón, trescientos dichos de filósofos, gran parte de Valério Máximo, estudios sobre la naturaleza de casi todos los animales, bípedos y cuadrúpedos, palabra por palabra; y cuando quiero experimentar el poder de la memoria artificial, pido que me propongan una de aquellas letras del alfabeto, y siendo propuesta, empiezo sobre ella mis alegatos, y para que claramente los entiendas, tengo aquí un ejemplo; se me propone ahora la letra A, en gran participación de doctos varones, y para empezar con el derecho, pronunciaré en seguida mil más alegatos sobre alimentos, alienación, ausencia, árbitros, apelaciones y demás temas semejantes de nuestro derecho que empiezan con dicha letra A; después, en la Sagrada Escritura, del Anticristo, de la adulación, y tantos otros temas que en ella empiezan por dicha letra, tampoco omitiré poemas de Ovidio, autoridades de Cicerón y de Valerio, sobre el asno, el águila, el cordero [agnus], o gavilán [accipitre], el jabalí [aper], el carnero [áries]; y todo podré decir de nuevo de atrás hacia delante […]”.
La grandísima fama de que gozaba esta singular figura como jurista en Italia y Europa, estaba basada tanto en sus indiscutibles conocimientos jurídicos, como en el hecho de que este se presentaba con una demostración viva de la validez de un arte en que estaban puestas las esperanzas y aspiraciones de muchos”.
En la primera edición impresa de su obra Phoenix en 1491, Pedro de Rávena precedía el texto con algunas cartas de privilegio escritas por el municipio de Pistola (12 de septiembre de 1480); por Bonifacio, marqués de Monferrato (24 de septiembre de 1488) y por Leonor de Aragón, duquesa de Ferrara (10 de octubre de 1491). Al acompañarnos una de esas cartas, podemos adquirir una breve noción del amplio prestigio que Pedro de Rávena disponía en tal época:
“Leonor de Aragón, duquesa de Ferrara, etc. porque Dios, dador inmortal de todos los bienes, quien los concede al género humano, desde la constitución del mundo hasta esta época, surgirán sobre la órbita de la tierra numerosos excelentes varones, entre los cuales tenemos, ahora, al distinto y condecorado militar, insigne jurista en ambos derechos, Pedro Tomás de Rávena, portador de estas nuestras letras, quien, más allá de otras cualidades de cuerpo y ánimo, destaca de tal modo por todo género de doctrina y por su tenacísima memoria, que no solo no parece haber quien le supere, sino ni siquiera quien lo iguale. Y de que lo comprobó con hechos muy recientes, no somos testigos solamente nosotros, sino toda nuestra ciudad. De ahí que, con singular admiración y distinto afecto, lo hayamos recibido, con preferencia a otros, entre nuestros familiares y amigos. Por lo cual rogamos y suplicamos de todo corazón a cualquiera serenísimos reyes, ilustres príncipes, excelentes repúblicas y cualesquier otros señores, país, amigos y personas que bien nos quieran, que por amor nuestro, y más que nada en atención a los merecimientos y virtudes tan grandes del portador, cuantas veces lo dicho don Pedro se presente con sus criados y caballos hasta en número de ocho, con sus haberes y cajas, paños y vestidos, libros y cubertería de plata y cualesquiera efectos suyos o armas, le den paso franco y le tengan por amplísimamente recomendado, y se sirvan de proveerle de la escolta conveniente, cuando tenga necesidad o pedir, libérrima y prontísimamente, sin importar impedimento alguno ni otro obstáculo cualquiera, en sus ciudades, plazas, villas y demás lugares. De lo cual recibiremos mucho contento y quedaremos agradecidos, dispuestos como estamos en gran manera a favorecerlo cuanto sea posible.
Mandamos, además de esto, a todos y cada uno de los magistrados de nuestros lugares, y señaladamente a los guardianes de los puertos, y a todos nuestros demás súbditos, que observen y hagan observar inviolablemente en nuestros lugares y tierras a cada una de las cosas dichas, bajo pena de incurrir en nuestra indignación y de cualquier otra más grave de lo que según nuestro arbitrio se le deba imponer: para efecto y fe de lo cual mandamos hacer estas nuestras letras patentes, registradas y autorizadas con nuestro sello mayor. Dado en Ferrara, en nuestro palacio ducal, año de la Natividad del Señor de 1491, indicación novena, a diez días del mes de septiembre. Severio”.
Leonor de Aragón invitaba a toda la ciudad de Ferrara para que fuese testigo de la prodigiosa memoria de esta Raveniano. Bonifacio del Monferrato, después de comprobar la extraordinaria virtud de Pedro de Rávena, lo recomendaba efusivamente a los reyes, a los príncipes, a los “magníficos capitanes” y a todos los nobles ciudadanos italianos. Desde estos hechos el prestigio y la fama de Pedro de Rávena fue siendo diseminado por todas partes, llegando a las más diversas localidades del mundo, y haciendo de él una más de las figuras inmortales impresas para siempre en la memoria de la historia de la humanidad.
***
¿Para qué seguir cantando de las pirámides, o de Babilonia, de Júpiter o del templo soberbio de Hécate y sus hazañas? Ya no admiraremos el inmenso anfiteatro que cosas así pueden erigir siempre las riquezas.
No presumas ya, pero excepción, pongo su nombre a las hazañas de todo un ejercito. Cante la fama a Pedro, que es la noble gloria de Rávena, que más puede que la docta Minerva.
Cosa admirable hicieron los dioses, pues, aunque suene increíble, retiene lo que quiere que sea en la memoria aún leyéndolo una sola vez. O lo que un orador dice en tres horas puede él, sin más, repetirlo. Parece que dio a luz la quinta de las doctas hermanas, pues le concedió una musa, piadosa, recordarlo todo.
Verso de fray Egidio de Viterbo en honor a Rávena.
REFERENCIAS:
Cicerón [???]. Ad C. Herennium de Ratione Dicendi Rhetorica ad Herennium, The Loeb Classical Library; Cambridge: Harvard University Press, 1954.
Lull, Ramon. A Book for Improving Your Memory. Manuscripts digitalized by the Ramon Llull Database - Llull DB. Disponible en: http://orbita.bib.ub.es/ramon/velec.asp.
Yates, Frances A. (1966). The Art of Memory. Chicago: University of Chicago Press, 1966.
Rossi, Paolo. Clavis Universalis. México: Fondo de Cultura Económica, 1989.
ACTUALIZACIÓN: El excelente libro de Luis Merino Jeréz titulado Retórica y artes de memoria en el humanismo renacentista incluye esta obra de Pedro de Rávena comentada y traducida al español.
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