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Breve Historia de la Mnemotecnia

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Capítulo 6
Siglo XX

La mnemotecnia racional de finales del siglo anterior no llega a ser un movimiento universal, y tiene una vida relativamente corta. En gran medida esto se debe a la mala fama de algunos de sus impulsores: Loisette, que tanto éxito cosechó en un principio, termina acumulando un sinfín de críticas y denuncias, pues acostumbraba a presentar como propias ideas copiadas de otros autores —que no permanecen impasibles—; será visto como un farsante y su trabajo totalmente desprestigiado. Así, las leyes de inclusión, similitud, contraste, etc. cada vez tienen menos protagonismo, llegando verse reducidas a un simple capítulo (por ejemplo, en el Memory training de Ernest Wood, de 1915) y finalmente desaparecer.

Sin embargo, la idea de unas técnicas que no incluyan ningún tipo de extraño artificio persiste, cobrando nuevas fuerzas: la moda a principios del siglo XX es mejorar nuestra capacidad de memorización pero de forma totalmente natural, sin trucos mnemotécnicos, lo que se conocerá como «la educación de la memoria»; incluso en algunos entornos la propia palabra mnemotecnia pasa a significar algo así como una «ciencia para el desarrollo de la memoria» en la que no encontramos ni rastro de los habituales recursos mnemotécnicos. En este nuevo contexto, la mnemotecnia —en su definición clásica— no tiene cabida; si se menciona es como una curiosidad, a la que apenas se dedican cuatro párrafos, o bien se la critica abiertamente como algo inútil (o incluso perjudicial).

Esto da pie a algunos títulos curiosos, como el Memory without mnemonics (1904) de Asturel, que ya de entrada advierte que de mnemotecnia nada, o el How to remember, without memory systems or with them (1901) de Eustace Miles, que en el prólogo casi se disculpa por dedicar parte del libro a la mnemotecnia: «[...] But the careful reader will notice that these 'Systems' come in the second places in the book; moreover he will notice that they are not all necessarily 'short cuts for the lazy'; and he will candidly admit that even short cuts are not always an unmitigated curse».

No obstante, algunos autores de éxito prestan más atención a esta materia y, ajenos a las modas, recuperan viejas técnicas como el método loci tradicional, que por esta época suele presentarse con el nombre de «método topográfico» (del griego «topos», lugar). Estas técnicas, sin embargo, aparecen un tanto diluidas y a menudo ocupando un lugar secundario; véase, por ejemplo, Méthode pratique pour developper infailliblement la mémoire (1927) del francés Paul-Clément Jagot, o How to remember (1944) del norteamericano Bruno Furst. Además, no siendo el motivo principal del libro, la mnemotecnia se presenta de forma muy arbitraria, pues los autores se apoyan casi exclusivamente en su experiencia personal con aquello que encuentran en sus cortas investigaciones.

Tampoco se aprecia una clara directriz o tendencia en aquellos libros donde la mnemotecnia es protagonista principal, ya que los autores provienen de distintos ámbitos, tienen distinta formación y persiguen distintos objetivos. Por ejemplo, sin salir de España, tenemos a Ros Ráfales que es pintor y dibujante (Mnemotecnografía, 1911), Cesáreo Baztán que es sacerdote de la Compañía de Jesús (Mnemotecnia racional, 1921) o Sierra de Luna, pseudónimo de un personaje desconocido que probablemente pertenece al mundo del teatro (Mnemotecnia, 1940).

Sí hay, no obstante, una característica que, no siendo exclusiva del siglo XX, parece que ahora es cuando más destaca.

La mnemotecnia siempre ha tenido una vertiente lúdica. Pierre Herigon, sin ir más lejos, inventó el sistema número/letras como un simple pasatiempo, y sabemos que en el siglo XVI ya se utilizaban técnicas para memorizar las cartas de la baraja y, así, llevar ventaja en el juego. En un momento dado, alguien sin miedo al escenario y con ciertos conocimientos de mnemotecnia, logrará asombrar al auditorio con una demostración de memoria prodigiosa. En realidad, no tiene mejor memoria que cualquiera de los asistentes pero, con una buena actuación y apoyándose en ciertas técnicas que los demás desconocen, consigue arrancar el aplauso del respetable. Ha nacido una nueva modalidad de espectáculo que después muchos magos e ilusionistas añadirán a su repertorio.

A ellos debemos algunos de los libros de mnemotecnia más interesantes publicados en este siglo. Encontramos, por ejemplo, los trabajos de Bernard Zufall o Harry Lorayne. También en España destacan Salvio Aliu (La magia de la memoria, 1952) o Wenceslao Ciuró (Mnemotecnia teatral, 1959) quien alcanzó cierta popularidad gracias a sus actuaciones en el programa de televisión 300 millones.

Pero si algo caracteriza a estos autores es que, por lo general, están al margen de modas u opiniones, sólo buscan una mnemotecnia eficaz que poder desarrollar fácilmente sobre el escenario. Puro pragmatismo. ¿Y cuál es la técnica más eficaz? Pues la experiencia demuestra que los mejores resultados suelen obtenerse con los métodos basados en el viejo sistema de lugares e imágenes, es decir, método loci y similares. Así, de nuevo, las técnicas que se apoyan en el uso de imágenes extrañas, sorprendentes, vuelven al primer plano, pero esta vez auxiliadas por una herramienta de gran valor: el sistema número/letras o código fonético.

La posibilidad que brinda el código fonético de presentar números como palabras tiene una doble utilidad: por un lado, permite encontrar fácilmente imágenes que representen cualquier cifra, por ejemplo, una taza de para el uno [1=t], el personaje bíblico de Noé para el dos [2=n], una columna de humo para el tres [3=m], etc. Pero, al mismo tiempo, nos permite crear para el método loci una ruta tan larga como queramos, aprovechando esas mismas imágenes: en el primer punto de la ruta tengo una taza de te [t=1], en el segundo encuentro a Noé [n=2], en el tercero algo que se quema provocando una columna de humo [m=3], etc.

La única dificultad estriba en distinguir si la imagen del número representa una cantidad, o una posición dentro de un orden; habitualmente se resuelve el problema escogiendo un término muy concreto para el orden y cualquier otro para cantidad (puedo elegir para señalar la posición primera y tea o tía, por ejemplo, para la cantidad de uno).

Ahora bien, si el espectáculo ayuda a mantener vivo cierto interés por la mnemotecnia, al mismo tiempo crea la imagen de un entretenimiento, una trivialidad: algo curioso, pero sin más valor que las visiones de la bruja de la feria con su bola de cristal. Esta situación cambiará alrededor de las décadas de los 60 y 70. Seguramente, en el futuro se contemplará esta época como uno de los momentos importantes en la historia de la mnemotecnia. Varios factores confluyen en este breve periodo de tiempo.

En 1960 el historiador italiano Paolo Rossi publica su magnífico trabajo Clavis universalis; pocos años después, en 1966, le sigue el no menos valioso The art of memory de la historiadora británica Frances A. Yates. Ambos títulos revelan al lector del siglo XX la antigua, rica y apasionante historia del arte de la memoria, su estrecha vinculación con otras materias —como la emblemática, por ejemplo—, y la influencia que en otros tiempos ejerció sobre el arte, literatura, etc. Desde entonces no han dejado de publicarse estudios alrededor de esta materia y su presencia en los más diversos ámbitos de la historia. En español, por ejemplo, podríamos destacar los trabajos de Fernando R. de la Flor, Aurora Egido, César Chaparro, Luis Merino, etc.

Paralelamente, la psicología empieza a sentir cierta curiosidad por la mnemotecnia, principalmente debido su estrecho vínculo con los procesos de imágenes mentales. Puede que la mnemotecnia sea una trivialidad pero, lo cierto es que, tontería o no, apoyándose en el uso de imágenes extrañas algunos profesionales del espectáculo logran una memoria asombrosa. ¿Por qué? ¿Cómo funciona este proceso? ¿Los resultados son uniformes o varían según el tipo de dato? ¿Actúa igual en niños que en adultos, en mujeres que en hombres? Etc. El cada vez mayor número de trabajos alrededor de estas cuestiones finalmente deriva en la creación en 1973 del apartado «Estudios mnemotécnicos» en el Psychological Abstracts (base de datos donde se recopilan estudios de psicología), lo que confiere a la mnemotecnia un reconocimiento como materia de estudio.

A todo esto, añádase el éxito que a nivel popular estaba obteniendo Harry Lorayne con sus libros y actuaciones (no olvidemos que Lorayne proviene del mundo del espectáculo). Su título How to develop a super-power memory (1957), traducido a numerosos idiomas, durante décadas ha sido —y aun es— el libro de referencia que ha formado a miles de personas en las técnicas de memorización.

Estas técnicas todavía alcanzarán mayor difusión a partir de 1991 cuando Tony Buzan promueve y da inicio a los campeonatos mundiales de memoria (World Memory Championships). Estas competiciones no solo despiertan interés por la espectacularidad de las marcas alcanzadas, también han dinamizado el mundo de la mnemotecnia: para lograr superar las exigentes pruebas algunos participantes crean sus propias técnicas, y de aquí ha surgido el sistema Dominic —de Dominic O'Brien, ganador de ocho campeonatos de memoria— que después ha dado pie al sistema PAO (Persona, Acción, Objeto).

Cabe concluir, pues, que a finales del siglo XX el antiguo arte de la memoria reverdece.

¿Qué nuevos derroteros tomará? La actual tecnología, por ejemplo, jugará un papel importante en el devenir de la mnemotecnia: Internet, como canal de comunicación, ha ser tan relevante como lo fue la imprenta en el siglo XVI. ¿Y los dispositivos electrónicos capaces de poner ante nuestros ojos —literalmente— esos mundos ficticios que hasta ahora solo existían en la imaginación? El futuro promete ofrecer una historia fascinante.

Para citar este trabajo, utiliza la siguiente referencia:
SEBASTIÁN PASCUAL, Luis. Breve historia de la mnemotecnia [en línea]. Texinfo ed. 1.2. Mnemotecnia.es, Febrero 2014 [ref. de 29/03/2024]. Disponible en Web: <https://www.mnemotecnia.es/bhm>.

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